Cuando te escribo,
parece que ya está todo dicho.
Que la aurora o la luna,
son las mismas de siempre,
repetidas una y mil veces,
por los mismos poetas enamorados.
Pero cuando oigo tu risa,
todo renace.
Cesa el ruido de las avenidas,
florecen todos los balcones
y en patios lejanos,
los niños improvisan historias nuevas.
Luego, me sumerjo
en Las Ramblas, los turistas
inventan palabras para nombrarte
y casi siempre hace buen tiempo.
Y entre los plátanos,
se filtra una luz casi tan limpia,
como el espejo de tu nombre,
siempre por estrenar.
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